Sobre el patrimonio arquitectónico donostiarra
Hace poco más de dos años en este mismo blog escribí un texto llamado Arquitectura en vías de extinción. En aquel texto escrito a raíz de la polémica en torno al dilema conservación o derribo del donostiarra Palacio del Bellas Artes, se ponía el acento sobre las distintas implicaciones de aquel emblemático caso en el que se despertó una conciencia sobre el patrimonio arquitectónico donostiarra como nunca antes había sucedido. Es de justicia reconocer que este despertar se debe a la incesante labor de grupos de la sociedad civil que velan por la conservación de dicho patrimonio, denuncian, presionan y alegan etc…
Desde la «salvación» del Palacio Bellas Artes, ha habido más casos con “final feliz” como el de la Villa Aldama Enea, donde la señal de alarma dada desde las asociaciones defensoras de la conservación del patrimonio parece haber propiciado una rectificación a tiempo del proyecto en curso salvándose importantes aspectos patrimoniales.
Pero también ha habido casos con no tan afortunado destino, como son el de la columnata de entrada a la ciudad desde la Estación del Norte, que con la excusa de las obras de la futura Estación de Autobuses ha sido completamente desmochada, la caseta de baños de la calle Easo que se suman a la lista ya enunciada en aquel texto [Fábrica de Gas, Sede del Banco de Santander (Gutiérrez Soto), Villa en Ondarreta (Carvajal), los Mercados de la ciudad…].
En este mismo momento existen edificios en la calle Easo antes protegidos y ahora amenazados de derribo inminente por el desarrollo urbanístico del Cerro de San Bartolomé. De hecho ha habido recogida de firmas y concentraciones la pasada semana. Con la salvedad quizás, en este último caso, que aunque desde luego no fuera de lugar, esta protesta sí estaba quizás fuera de tiempo. Ya que se habían producido todos los procedimientos urbanísticos, alegaciones respuestas etc… lo cual no quita el mérito de la visibilización a los que protestaron y vuelve a plantear de nuevo el problema de la información y participación ciudadana y sus tiempos en la construcción y conservación de la ciudad.
En cualquier caso, el acoso al Patrimonio Arquitectónico es constante y “llueve sobre mojado”. La presión económica (inmobiliaria, turística, comercial, hostelera…) sobre la ciudad construida es permanente y va in crescendo. Lo paradójico es que San Sebastián ha construido su imagen e identidad sobre la excelencia y excepción – “Marco Incomparable”, “Belle Époque”, etc. – de un entorno, una arquitectura y un urbanismo que simultáneamente son concienzudamente dilapidados. Quizás no seamos todavía conscientes, pero en esta dinámica de construcción imaginaria y destrucción física real se llegará a un punto de no retorno en el que ya no habrá posibilidad de vínculo alguno entre la imagen y realidad. Un momento en el que ya no quedará respaldo físico que certifique la ensoñación o la representación mental que nos hacemos de la ciudad. En ese instante estaremos ya probablemente abocados a la definitiva construcción de un parque temático kitch, a modo de decorado y de recordatorio, que se levantará sobre las ruinas mismas de lo que se pretende ensalzar, recordar, reivindicar o incluso “vender”. Donostiland. Puro simulacro. Algo de esto ya sucede con ciertos “edificios-pastel” en la Avenida de la Libertad y en el Paseo de la Concha, y por otro lado el éxito de la página “San Sebastián Desaparecida”, el testigo real, la otra cara, de este fenómeno. En dicha página se pueden apreciar imágenes con mucha más urbanidad y mucha más modernidad de lo que luego uno se encuentra, ya sin pantallas, en la propia y misma calle a día de hoy. Hagan la Prueba.
Los arquitectos, muchas veces recelamos de los llamados “lobbies conservacionistas” porque acostumbrados a la capacidad transformadora de nuestra disciplina y con unos referentes culturales que hacen constante apología de la novedad y la vanguardia, casi siempre pensamos que lo nuevo es bueno en sí mismo y per se. Tampoco se trata de caer en el famoso “todo tiempo pretérito fue mejor”. Como pudimos debatir ampliamente en la primera edición del debate Memoria Futura organizado por Atari & Reflex, con actores situados en distintas coordenadas en torno a este tema, en realidad la arquitectura no tiene un valor intrínseco, se ve instituida de un valor, científica, colectiva y culturalmente. Y este es el núcleo de la cuestión. A qué le damos valor, y cuánto.
Los procesos concretos de vaciado de valor semántico y de contenido previos a un derribo los hemos observado y los conocemos: perdida de uso, degradación, cierre “por seguridad”, añadidos deformantes etc… A esto hay que añadir la muy instaurada cultura del derribo, y la muy poco implantada del mantenimiento y conservación. No hay más que ver el ritmo infernal de derribo y reforma de los interiores en locales de hostelería. Aunque aquí también, y crisis económica mediante, empieza a haber casos de traspasos de comercios y bares que no implican necesariamente una transformación integral de los mismos.
Lo que conocemos menos, son los procesos de revalorización, pero los hay. Uno de ellos es el que se está dando en los Depósitos de Agua de Ulía y en el que Atari ha sido parte activa gracias a nuestro compañero Jonathan Chanca que ha colaborado muy activamente con la asociación de vecinos para la visibilización y revalorización de este espacio mediante visitas guiadas y otras actividades. También lo son las visitas que organizamos desde Atari a distintos edificios de la ciudad y de todas sus épocas, desde los más históricos hasta los más recientes ya que el valor del patrimonio arquitectónico no reside exclusivamente en su antigüedad como creen algunos, sino también en su calidad, la que se le instituye, se explica y se difunde.
Pero estos esfuerzos son de efecto muy limitado desgraciadamente, y no alcanzan a generar el necesario cambio de paradigma, que debiera ser generalizado y que hiciera que una Protección Patrimonial, una catalogación, se perciba como un Plus, como un valor añadido (incluso en términos económicos) y no como una carga. Este paradigma del valor arquitectónico patrimonial no acaba de funcionar en nuestra sociedad. Si no, no se entendería que los propietarios del emblemático Palacio Bellas Artes no hubieran hecho de este edificio su buque insignia, su imagen de marca, siendo una empresa dedicada al cine, incluso mucho antes de cualquier polémica. Tampoco se entendería que los propietarios del Hotel Londres hayan desfigurado su propia imagen de marca, el propio edificio, uno de sus grandes activos al fin y al cabo a base de levantar pisos… y esto, por hablar únicamente en términos empresariales y economicistas. Todo esto ha sucedido porque no se le da valor real al patrimonio arquitectónico como tal, contradiciendo los enunciados de excelencia y excepcionalidad de los que luego tanto se alardea como ciudad. Por este camino, llegaremos inevitablemente al punto de inflexión, de no retorno, y pasaremos de los derribos a los derrumbes…
Por el contrario, si le damos valor a la Arquitectura, como hecho cultural, a su calidad, a su sentido, a su carácter excepcional, a su condición histórica y por lo tanto irrepetible, estaremos dando valor también a la propia ciudad como fuente de riqueza. Si por el contrario negamos ese valor, a largo plazo secaremos la fuente. Para evitarlo hacen falta políticas de puesta en valor patrimonial mucho más audaces y ambiciosas. Algunas de ellas pasarían también por acciones sencillas: editar una nueva Guía de Arquitectura de San Sebastián, y sobretodo, difundirla mucho más ampliamente entre el público general y entre los distintos responsables públicos y privados. Y así ir tomando todos conciencia del valor que le debemos dar a la arquitectura que habitamos. Somos la arquitectura que habitamos. Eres lo que habitas.
Del año 2003 al 2005 tuve personalmente ocasión de trabajar en el Plan Especial de Protección del Patrimonio Urbanístico Catalogado de San Sebastián, en particular en los Trabajos Preparatorios, integrado dentro de un equipo con excelentes directores de equipo, arquitectos e historiadores, en el que yo estuve a cargo de la toma de datos, del trabajo de campo y parte del trabajo de archivo entre otras tareas, documentando más de 1100 edificios.
Por supuesto se cometieron errores, pero sigo pensando que aquel trabajo fue un salto cualitativo muy importante en esta materia y en esta ciudad. Los derroteros posteriores en la tramitación los desconozco, y casi prefiero que así sea.
En aquel entonces tenía la sensación de estar obrando por la preservación de mi ciudad. Hoy, a veces tengo más bien la sensación de haber llevado a cabo un trabajo de mero registro de una ciudad que veo desaparecer lenta pero inexorablemente… aunque todavía quedan algunas bonitas batallas que librar y ganar…
Pablo García Astrain. Arquitecto.
Pdte ATARICultura Arquitectónica